Para Bernard Lonergan, el vector creativo va desde la experiencia que proporciona los datos de la realidad en que vivimos, pasando por la inteligencia que los relaciona de manera más o menos coherente y ayuda a comprenderlos, por la reflexión crítica que genera conocimiento de la realidad y de la deliberación ética, que aprehende el valor de las distintas realidades y situaciones que nos presenta la existencia para tomar las decisiones que van configurando nuestro proyecto vital. Sin embargo, existen sesgos o desviaciones de la consciencia que pueden con frecuencia distorsionar el proceso de creación de los actos de intelección. Por lo que se requiere del vector sanador o de curación, que se da desde el amor humano hacia “los de la propia tribu, de la propia ciudad, del propio país, de la humanidad”. Cuando el vector creativo se desvía y el odio o la polarización “no ve más que el mal, el amor descubre valores; y pide una adhesión inmediata, vivida con alegría, cualquiera que sea el sacrificio implicado”. De ahí que estos dos vectores son indispensables en procesos educativos orientados hacia la paz.